Esther Clothing: diseño con alma

Fundada por la diseñadora Ana Esther García Molina, esta marca, establecida en Manizales, es una propuesta que revela el legado femenino de su creadora.

Conocí a Ana Esther García Molina hace muchos años, aunque no recuerdo bien dónde. Desde la primera vez sentí gran afinidad con ella no solo porque es caldense (ella nació en Salamina; yo, en Manizales), sino también porque es diseñadora y le encanta enseñar. De hecho lleva diez años dedicada casi exclusivamente a la docencia, primero en la Colegiatura Colombiana de Diseño y en la Institución Universitaria Salazar y Herrera, ambas en Medellín, y actualmente en la Universidad Autónoma de Manizales.

Ana Esther García Molina

Estudió comunicación social y periodismo en la Universidad de Manizales y es diseñadora textil y de modas de la Universidad Autónoma de la misma ciudad; hizo un máster en crítica y comunicación del arte en la Universidad de Girona (España) y una maestría en estética y filosofía del arte en la Universidad de Caldas.

Hace poco vi en su Instragram que había decidido lanzar su propio sello y me encantó lo que vi. Hablando con ella supe que la iniciativa había sido motivada por una pregunta que se hizo el año pasado: “¿Qué tan real es esto que estoy enseñando?”. El cuestionamiento derivó en que empezó a realizar los mismos ejercicios que le ponía a sus alumnos sobre cómo crear una marca de moda con alma, taller que lleva dictando desde hace seis años.

Del proceso nació Esther Clothing, una firma que tiene todo que ver con ella pues para concebirla ahondó en su historia personal y familiar, pero, sobre todo, en su origen.

El nombre de la diseñadora es el resultado de la combinación de los de su abuela paterna (Ana) y materna (Esther); esta última fue quien crió a Ana Esther desde su primer año de vida y hasta los doce. De ahí el nombre de su marca.

Hurgando justamente en sus orígenes llegó a Salamina, su pueblo natal, que también fue el lugar de nacimiento de su mamá, abuela, bisabuela y tatarabuela. Los corredores y espacios arquitectónicos de las casas de esta población caldense, muchas de ellas Patrimonio Cultural de Colombia, desataron en ella recuerdos de infancia que alimentaron su primer ejercicio de diseño, bautizado Salamina.

Estas imágenes se enlazaban orgánicamente con pinturas del Romanticismo que Ana Esther descubrió en su búsqueda de un ADN de diseño. Las escenas, protagonizadas por mujeres con una belleza nostálgica, dulce y fuerte a la vez, mostraban el interior de grandes casonas y jardines, muy similares a las que había visto en su visita a Salamina, así que todo fue engranando: las texturas, los colores e incluso ciertas piezas que nacieron inspiradas en los cuadros que tomó como referencia, en especial las terceras piezas, como chaquetas, kimonos, faldas y vestidos propios de la indumentaria de estas mujeres y del lugar geográfico que escogió como protagonista.

Un ejercicio introspectivo

Más allá de Salamina e incluso de los referentes femeninos de su familia como fuente de inspiración, la diseñadora realizó un ejercicio introspectivo para que la marca fuera honesta y hablara de ella. El nombre en sí revela lo que ha implicado darle vida a esta propuesta de moda: “Esther ha sido el nombre con el que siempre me han vinculado y que ha tenido mayor recordación e impacto durante toda mi vida, más que Ana. Pero de niña me molestaba bastante”, cuenta.

Aceptarlo le costó tiempo, casi el mismo que le tomó aceptarse a sí misma. “Toda la información que viene del entorno es ‘no te aceptes, critícate, cuestiónate, pide que te acepten desde el exterior, pero ¿qué tenemos para contar internamente? ¿qué dolencias? ¿qué fragilidades? ¿qué vulnerabilidades?, pero también ¿qué poderosas voluntades tenemos? En eso se resume Esther”. 

Esther proviene de una palabra acadia que significa “estrella” y eso para la diseñadora tiene un gran trasfondo. “Una estrella brilla con luz propia, está en las alturas pero ilumina a los demás y es para todo el mundo; su fortaleza está en su propio fuego interno”. Y es ese fuego interno femenino, el de su madre, su abuela, bisabuela y tatarabuela y el de muchas mujeres como ellas (y como ella) al que quiere homenajear con su marca, sobre todo en su primer ejercicio de diseño.

“Quería enfocar mi primera propuesta en toda la fuerza y valentía femenina, que en mi caso personal le he ido adquiriendo poco a poco en los últimos años; es, por tanto, una historia de empoderamiento, de amor propio, de quererse, de aceptar todo ese fuego interno que tenemos las mujeres. Creo que la responsabilidad o el trabajo más difícil y más valiente actualmente para nosotras es querernos y aceptarnos”. 

¿Qué tiene Salamina?

Salamina está compuesta por 70 prendas, pero Ana Esther afirma que no es una colección propiamente dicha. “No está apegada a lo que académicamente se denomina colección; es, más bien, una propuesta de outfits. Lo que busqué fue narrar ciertas historias en las que cuento memorias desde diferentes perspectivas femeninas”. Son piezas holgadas que se pueden ajustar al cuerpo mediante resortes y amarres, y están elaboradas principalmente en paño, algodón y lino; de ellas se destacan las texturas y colores, que van desde los neutros y tierras, pasando por el negro, el azul y el verde, hasta el rojo y el magenta.

Están dirigidas a mujeres entre los 35 y los 65 años, adultas, madres. No vende en tienda pero sí tiene un showroom en el que atiende personalmente a sus clientas; esto ha sido especialmente terapéutico para ella. “Uno como diseñador construye unos perfiles aspiracionales muy irreales con mujeres empoderadas, lujosas, modernas, trabajadoras independientes, pero la realidad es otra. Me he encontrado con mujeres extremadamente conflictuadas, acalladas, que temen expresarse a través de la indumentaria y con una cantidad de prejuicios. Las entiendo; en el fondo mi proceso personal también ha sido un poco doloroso para poder llegar a quererme, pero eso es lo que más me interesa, que hablemos, que nos apoyemos y que tengamos una voz”.

Ana Esther no hace prendas en serie, pues su modo de producción es moda lenta, lo que significa, además, que adapta o customiza cualquier prenda al gusto de la clienta, que respeta los horarios y la calidad de vida de quienes forman parte de su equipo de producción y que realiza los pagos justos por las labores realizadas. También privilegia la mano de obra local. “Quiero que mis clientas sientan que tienen productos asequibles, pero con una carga de exclusividad porque cada prenda está contando una historia, no está respondiendo solo a una tendencia”.

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